Podemos pensar que un niño por naturaleza se ríe sin esfuerzo y disfruta de las cosas pequeñas que se le presentan a lo largo del día. Esto en la mayoría de los casos suele ocurrir. Pero gozar de sentido del humor supone subir un escalón más. Y en nuestros hijos exige que sepan reirse de sí mismos. Que sepan reirse ante la adversidad y el fracaso. Eso no significa relativizar un error hasta negar la evidencia, sino objetivar el posible problema y enfrentarse a él con deportividad.
La primera premisa para practicar el sentido del humor es que nuestros hijos se encuentren uno más. Cuando un niño esta muy pendiente de sí mismo sobredimensiona, tanto para bien como para mal, todo lo que viene del exterior.
Un ejercicio para practicar en un clima de confianza, familiar o de amistad, es que se metan con uno, de manera simpática y comedida. Eso genera en nuestros hijos una dimensión ajustada de la relidad y le proporciona recursos para digerir bien el fracaso.
Otra manifestación de tener sentido del humor es saber perder. A veces los padres tendemos a justificar ante nuestros hijos una larga lista de porqués para amortigüar la pérdida. Aunque incluso, a veces, sean reales siempre es mejor que venga de nuestra boca la cruda realidad porque nuestros hijos saben que por encima de todo les queremos.
Hoy en día, nos falta tiempo para todo y también para reírnos. Cuando estamos con nuestros hijos nos esforzamos en que cumplan sus rutinas, y a veces da la sensación de que vamos liquidando tiempos o etapas, sin disfrutarlos del todo. Es bueno que a veces nos desencorsetemos y hagamos tonterías con ellos, cosas que jamás se esperarían de nosotros, que provocan la risa compartida y el pasar un buen rato.
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