miércoles, 25 de mayo de 2011

Mamá, ¡No me da la gana!

Las pataletas son propias de los dos años, pero quizás en algunos de nuestros hijos se dilatan en el tiempo tanto como la edad del pavo, hoy conocida como adolescencia, de la que más de uno en edad de merecer aun no ha visto la luz al final del túnel.

Estos arranques de genio y lloro suelen ocurrir en el momento menos oportuno, en público, y dónde los padres, si no mantenemos la calma, podemos llegar a sacar lo peor.

Las pataletas comienzan cuando el niño esta creciendo y necesita reafirmar su identidad. No dejan de ser una manera de llamar la atención de nuestros hijos. Parece que tienen las cosas muy claras y quieren marcar su territorio. Simplemente están creciendo y definiendo su carácter.

Si las condiciones lo permiten lo mejor es aislar al que esta pataleando. El mostrar ignorancia, el no alterar el tono ni la mueca de la cara hace perder fuerza y duración al protagonista. Si estamos en casa abandonarlo durante unos minutos en la habitación en la que se encuentre continuando con nuestra actividad normal. Al cabo de un tiempo aparecemos haciendo mención a cualquier cosa que no tenga nada que ver con el motivo de la pataleta, como si nada hubiera pasado.

Si sucede en el exterior, por ejemplo en un centro comercial, es más complicado porque no lo vas a dejar tirado en la escalera mecánica, pero si que nos podemos apartar a un lugar más escondido y allí dejar que se calme sin entrar al trapo. No debemos caer en la tentación de razonar una pataleta porque siempre responde a algo improvisado y caprichoso.

Cuando nuestro hijo esté ya calmado siempre es bueno recogerlo afectivamente. Con esto no mostramos una rendición, puesto que no puede existir batalla entre desiguales, sino que nosotros queriéndole estamos por encima de sus deseos y caprichos.










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