Muchas veces nos puede parecer que hacemos excesivas peticiones a nuestros hijos. Que si por favor tráeme esto, que si por favor llévame aquello. En una sola jornada podemos repetir esto con mucha frecuencia. Y no pasa nada.
El riesgo que podemos correr es que, en caso de que tengamos más de un hijo, siempre se lo pidamos al mismo. "El mismo" suele cubrir un perfil: lo hace a la primera, sin protestar y lleva a término el encargo realizado.
¿Qué pasa con los que no son tan efectivos, con los que de verdad se asume un riesgo y probablemente acabemos interviniendo? Pues que también hay que dejarles hacer, quizás escogiendo un día dónde vayamos cargados de paciencia, en el que estemos dispuestos, en primer lugar, a hacer la vista gorda en los fallos que cometa y después a alabarle algo, por pequeño que sea.
Asumir encargos, realizar cometidos, responder a los favores que solicitan los padres favorecen la responsabilidad y la generosidad. Una vez más tenemos la opción de ir por delante y, puntualmente hacer favores a nuestros hijos en cosas que solo les correspondería hacer a ellos.
El espíritu de servicio es algo que sólo se aprende en casa. Tenemos que darle valor y no ver como un acto de servilismo o de humillación que un hermano prepare la merienda de otro. Los encargos colectivos lo favorecen, siempre que existan otros individuales. Por ejemplo preparar el uniforme, la merienda, la mochila "mía y de mis hermanos".
A medida que van creciendo tenemos que dejarles ayudar. A veces por un exceso de protección, otras porque no queremos que se distraigan de sus obligaciones, hacemos todo los padres. Y así solo creamos inútiles cargados de obligaciones y aficiones a los que no les arde el culo en la silla cuando ven a sus padres o mayores hacer cosas que ellos también saben y pueden hacer.
Y siempre podemos recurrir a la pregunta: ¿Algún voluntario? ¡Nos llevaremos sorpresas! Y si siempre es el mismo:¡propongámonos no abusar de su generosidad!
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