Hoy en día, a veces, podemos tener la sensación de ir contracorriente. Queremos enseñar a nuestros hijos a ser felices y sabemos que con la felicidad nadie se topa a la vuelta de la esquina. Las personas no nacemos felices o infelices, sino que aprendemos a ser lo uno o lo otro.
Muchas veces, los padres centramos la educación de nuestros hijos en los conocimientos, idiomas, habilidades musicales o deportivas. Los atiborramos a actividades extraescolares y luego nos olvidamos hacer de ellos personas con carácter y personalidad.
Cuando nuestros hijos empiezan a tener criterio sienten orgullo de las cosas que les hacen diferentes a los demás y lo asumen como algo propio de su casa, de su estilo familiar. El no ver determinada serie, el ver la televisión un tiempo o día determinado, el desayunar fruta, o el tener siempre la misma hora de acostarse...
Ellos defienden estas u otras posturas que viven en su familia ante sus iguales con verdadera pasión. Y a veces sus iguales son sus primos o los hijos de nuestros amigos, a los que queremos mucho, lo que no implica que compartamos siempre el mismo estilo educativo.
Cada familia es única e irrepetible, así la hacen cada uno de sus miembros. Es bueno mantener nuestras peculiaridades aprendiendo de las demás familias aquello que nos gusta y nos puede hacer mejores. Siempre manteniendo nuestro adn, y reconociendo lo mejor de cada uno de los miembros que la forman.
Los americanos dicen: family, first!Y eso significa que, aun cuando todos y cada uno van construyendo su personalidad y su singularidad, la familia está siempre en primerísimo lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario